efectivas las promesas reformando las leyes que consagraban los abusos
del poder despótico que acababa de desaparecer (el gobierno de Santa Anna).
Las leyes anteriores sobre administración de justicia adolecían de ese
defecto, porque establecían tribunales especiales
para las clases privilegiadas haciendo permanente en la sociedad la
desigualdad que ofendía la justicia, manteniendo en constante agitación
al cuerpo social. No sólo en este ramo, sino en todos los que formaban la
administración pública debía ponerse la mano porque la revolución era
social. Se necesitaba un trabajo más extenso para que la obra saliese
perfecta en lo posible y para ello era indispensable proponer, discutir y
acordar en el seno del gabinete un plan general, lo que no era posible
porque desde la separación del señor Ocampo estaba incompleto el
gabinete y el señor Comonfort, a quien se consideraba como jefe de él,
no estaba conforme con las tendencias y fines de la revolución. Además,
la administración del señor Álvarez era combatida tenazmente
poniéndosele obstáculos de toda especie para desconceptuarla y obligar a
su jefe a abandonar el poder.
Era, pues, muy difícil hacer algo útil en semejantes circunstancias y ésta
es la causa de que las reformas que consigné en la ley de justicia fueran
incompletas, limitándome sólo a extinguir el fuero eclesiástico en el
ramo civil y dejándolo subsistente en materia criminal, a reserva de
dictar más adelante la medida conveniente sobre este particular.
A los militares sólo se les dejó el fuero en los delitos y faltas puramente militares.
Extinguí igualmente todos los demás tribunales especiales, devolviendo
a los comunes el conocimiento de los negocios de que aquellos estaban
encargados.
Concluido mi proyecto de ley, en cuyo trabajo me auxiliaron los
jóvenes oaxaqueños licenciados Manuel Dublán y don Ignacio Mariscal,
lo presenté al señor presidente don Juan Álvarez, que le dio su
aprobación y mandó que se publicara como Ley General sobre
Administración de Justicia. Autorizada por mí se publicó en 23 de
noviembre de 1855.
Imperfecta como era esta ley, se recibió con grande entusiasmo por
el partido progresista; fue la chispa que produjo el incendio de la reforma
que más adelante consumió el carcomido edificio de los abusos y
preocupaciones; fue, en fin, el cartel de desafío que se arrojó a las clases
privilegiadas y que el general Comonfort y todos los demás, que por falta
de convicciones en los principios de la revolución, o por conveniencias
personales, querían detener el curso de aquella transigiendo con las
exigencias del pasado, fueron obligados a sostener arrastrados a su pesar
por el brazo omnipotente de la opinión pública.
Sin embargo, los privilegiados redoblaron sus trabajos para separar
del mando al general Álvarez con la esperanza de que don Ignacio
Comonfort los ampararía en sus pretensiones. Lograron atraerse a don
Manuel Doblado que se pronunció en Guanajuato por el antiguo plan de
Religión y Fueros. Los moderados, en vez de unirse al gobierno para
destruir al nuevo cabecilla de los retrógrados, le hicieron entender al
señor Álvarez que él era la causa de aquel motín porque la opinión
pública lo rechazaba como gobernante, y como el ministro de la Guerra
que debería haber sido su principal apoyo le hablaba también en ese
sentido, tomó la patriótica resolución de entregar el mando al citado don
Ignacio Comonfort en clase de sustituto, no obstante de que contaba aún
con una fuerte división con qué sostenerse en el poder; pero el señor
Álvarez [era] patriota sincero y desinteresado y no quiso que por su causa
se encendiese otra vez la guerra civil en su patria.
Luego que terminó la administración del señor Álvarez con la
separación de este jefe y con la renuncia de los que éramos sus ministros,
el nuevo presidente organizó su gabinete, nombrando para sus ministros,
como era natural a personas del círculo moderado.
En honor de la verdad y de la justicia, debe decirse que en este
círculo había no pocos hombres que sólo por sus simpatías al
general Comonfort, o porque creían de buena fe que este jefe era capaz
de hacer el bien a su país, estaban unidos a él y eran calificados como
moderados, pero en realidad eran partidarios decididos de la
revolución progresista, de lo que han dado pruebas
irrefragables después defendiendo con inteligencia y valor los principios
más avanzados del progreso y de la libertad; así como también había
muchos que aparecían en el partido liberal como los más acérrimos
defensores de los principios de la revolución, pero que después han
cometido las más vergonzosas defecciones pasándose a las filas de los
retrógrados y de los traidores a la patria. Es que unos y otros estaban mal
definidos y se habían equivocado en la elección de sus puestos.
"Apuntes para mis Hijos" Tomo 1 Capitulo 1.
Don Ignacio Comonfort |
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