miércoles, 12 de diciembre de 2012

Apuntes para mis hijos II

El día 17 de diciembre de 1818 y a los doce años de mi
edad me fugué de mi casa y marché a pie a la ciudad de Oaxaca a donde
llegué en la noche del mismo día, alojándome en la casa de Don Antonio
Maza en que mi hermana María Josefa servía de cocinera. En los
primeros días me dediqué a trabajar en el cuidado de la grana (1), ganando
dos reales diarios para mi subsistencia mientras encontraba una casa en
qué servir.
 
Vivía entonces en la ciudad un hombre piadoso y muy honrado que ejercía
el oficio de encuadernador y empastador de libros.
Vestía el hábito de la Orden Tercera de San Francisco y aunque muy
dedicado a la devoción y a las prácticas religiosas era bastante
despreocupado y amigo de la educación de la juventud. Las obras de
Feijoo y las epístolas de San Pablo eran los libros favoritos de su lectura.
Este hombre se llamaba Don Antonio Salanueva, quien me recibió en su
casa ofreciendo mandarme a la escuela para que aprendiese a leer y a
escribir. De este modo quedé establecido en Oaxaca en 7 de enero de
1819.

En las escuelas de primeras letras de aquella época no se enseñaba
la gramática castellana. Leer, escribir y aprender de memoria el
Catecismo del padre Ripalda era lo que entonces formaba el ramo de
instrucción primaria. Era cosa inevitable que mi educación fuese lenta y
del todo imperfecta. Hablaba yo el idioma español sin reglas y con todos
los vicios con que lo hablaba el vulgo. Tanto por mis ocupaciones, como
por el mal método de la enseñanza, apenas escribía, después de algún
tiempo, en la cuarta escala en que estaba dividida la enseñanza de
escritura en la escuela a que yo concurría. Ansioso de concluir pronto mi
ramo de escritura, pedí pasar a otro establecimiento creyendo que de este
modo aprendería con más perfección y con menos lentitud.

Me presenté a Don José Domingo González, así se llamaba mi nuevo
preceptor, quien desde luego me preguntó en qué regla o escala estaba
yo escribiendo.  Le contesté que en la cuarta... “Bien -me dijo-,
haz tu plana que me presentarás a la hora que los demás presenten las suyas”.
Llegada la hora de costumbre presenté la plana que había yo formado conforme a la
muestra que se me dio, pero no salió perfecta porque estaba yo
aprendiendo y no era un profesor. El maestro se molestó y en vez de
manifestarme los defectos que mi plana tenía y enseñarme el modo de
enmendarlos sólo me dijo que no servía y me mandó castigar.

Esta injusticia me ofendió profundamente no menos que la desigualdad con
que se daba la enseñanza en aquel establecimiento que se llamaba la
Escuela Real, pues mientras el maestro en un departamento separado
enseñaba con esmero a un número determinado de niños, que se
llamaban decentes, yo y los demás jóvenes pobres como yo estábamos
relegados a otro departamento bajo la dirección de un hombre que se
titulaba ayudante y que era tan poco a propósito para enseñar y de un
carácter tan duro como el maestro.

Disgustado de este pésimo método de enseñanza y no habiendo en
la ciudad otro establecimiento a qué ocurrir, me resolví a separarme
definitivamente de la escuela y a practicar por mí mismo lo poco que
había aprendido para poder expresar mis ideas por medio de la escritura
aunque fuese de mala forma, como lo es la que uso hasta hoy.


Imagen: Infancia es destino, Fray Antonio Salanueva y Benito Juárez, acuarela sobre papel. Archivo Benito Juárez. Fondo Reservado. Biblioteca Nacional, UNAM.
Memoria 2010 © Derechos Reservados


(1) Por lo regular, la mayoría de las versiones de Apuntes, escriben “granja” en lugar de
grana. Se refiere a la grana cochinilla, insecto que se cría en las nopaleras y de donde se saca un color rojo (grana) para tintes. Era la industria colonial oaxaqueña más
importante. HCHS.

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