Entretanto, veía yo entrar y salir diariamente en el Colegio
Seminario que había en la ciudad a muchos jóvenes que iban a estudiar
para abrazar la carrera eclesiástica, lo que me hizo recordar los consejos
de mi tío que deseaba que yo fuese eclesiástico de profesión. Además,
era una opinión generalmente recibida entonces, no sólo en el vulgo sino
en las clases altas de la sociedad, de que los clérigos y aun los que sólo
eran estudiantes sin ser eclesiásticos sabían mucho, y de hecho observaba
yo que eran respetados y considerados por el saber que se les atribuía.
Esta circunstancia, más que el propósito de ser clérigo, para lo que sentía
una instintiva repugnancia, me decidió a suplicarle a mi padrino, así
llamaré en adelante a don Antonio Salanueva porque me llevó a
confirmar a los pocos días de haberme recibido en su casa, para que me
permitiera ir a estudiar al Seminario, ofreciéndole que haría todo esfuerzo
para hacer compatible el cumplimiento de mis obligaciones en su
servicio con mi dedicación al estudio a que me iba a consagrar.
Como aquel buen hombre era, según dije antes, amigo de la educación de la
juventud, no sólo recibió con agrado mi pensamiento sino que me
estimuló a llevarlo a efecto diciéndome que teniendo yo la ventaja de
poseer el idioma zapoteco, mi lengua natal, podía, conforme a las leyes
eclesiásticas de América, ordenarme a título de él sin necesidad de tener
algún patrimonio que se exigía a otros para subsistir mientras obtenían
algún beneficio. Allanado de ese modo mi camino entré a estudiar
gramática latina al Seminario en calidad de capense, el día 18 de octubre
de 1821, por supuesto, sin saber gramática castellana, ni las demás
materias de la educación primaria.
Desgraciadamente, no sólo en mí se notaba ese defecto sino en los
demás estudiantes, generalmente por el atraso en que se hallaba la
instrucción pública en aquellos tiempos.
Comencé pues mis estudios bajo la dirección de profesores, que
siendo todos eclesiásticos la educación literaria que me daban debía ser
puramente eclesiástica. En agosto de 1823 concluí mi estudio de
gramática latina, habiendo sufrido los dos exámenes de estatuto con las
calificaciones de Excelente. En ese año no se abrió curso de artes y tuve
que esperar hasta el año siguiente para empezar a estudiar filosofía por la
obra del padre Jaquier; pero antes tuve que vencer una dificultad grave
que se me presentó y fue la siguiente: luego que concluí mi estudio de
gramática latina mi padrino manifestó grande interés porque pasase yo a
estudiar teología moral para que el año siguiente comenzará a recibir las
órdenes sagradas.
Esta indicación me fue muy penosa, tanto por la
repugnancia que tenía a la carrera eclesiástica, como por la mala idea que
se tenía de los sacerdotes que sólo estudiaban gramática latina y teología
moral y a quienes por este motivo se ridiculizaba llamándolos "padres de
misa y olla" o "Larragos". Se les daba el primer apodo porque por su
ignorancia sólo decían misa para ganar la subsistencia y no les era
permitido predicar ni ejercer otras funciones que requerían instrucción y
capacidad; y se les llamaba "Larragos", porque sólo estudiaban teología
moral por el padre Larraga. Del modo que pude manifesté a mi padrino
con franqueza este inconveniente, agregándole que no teniendo yo
todavía la edad suficiente para recibir el presbiterado nada perdía con
estudiar el curso de artes. Tuve la fortuna de que le convencieran mis
razones y me dejó seguir mi carrera como yo lo deseaba.
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