El partido republicano adoptó después la denominación de el
partido yorkino, y desde entonces comenzó una lucha encarnizada y
constante entre el partido escocés que defendía el pasado con todos sus
abusos, y el partido yorkino, que quería la libertad y el progreso; pero
desgraciadamente el segundo luchaba casi siempre con desventaja porque
no habiéndose generalizado la ilustración en aquellos días, sus corifeos,
con muy pocas y honrosas excepciones carecían de fe en el triunfo de los
principios que proclamaban, porque comprendían mal la libertad y el
progreso y abandonaban con facilidad sus filas pasándose al bando
contrario, con lo que desconcertaban los trabajos de sus antiguos
correligionarios, les causaban su derrota y retardaban el triunfo de la
libertad y del progreso. Esto pasaba en lo general a la república en el año
de 1827.
En lo particular del estado de Oaxaca, donde yo vivía, se
verificaban también aunque en pequeña escala, algunos sucesos análogos
a los generales de la nación. Se reunió un Congreso constituyente que dio
la Constitución del estado. Los partidos liberal y retrógrado tomaron sus
denominaciones particulares llamándose "vinagre" el primero y "aceite"
el segundo. Ambos trabajaron activamente en las elecciones que se
hicieron de diputados y senadores para el primer Congreso
constitucional. El partido liberal triunfó sacando una mayoría de
diputados y senadores liberales, a lo que se debió que el Congreso diera
algunas leyes que favorecían la libertad y progreso de aquella sociedad,
que estaba enteramente dominada por la ignorancia, el fanatismo
religioso y las preocupaciones.
La medida más importante por sus
trascendencias saludables y que hará siempre honor a los miembros de
aquel Congreso fue el establecimiento de un colegio civil que se
denominó Instituto de Ciencias y Artes, independiente de la tutela del
clero y destinado para la enseñanza de la juventud en varios ramos del
saber humano, que era muy difícil aprender en aquel estado donde no
había más establecimiento literario que el Colegio Seminario Conciliar,
en que se enseñaba únicamente gramática latina, filosofía, física
elemental y teología; de manera que para seguir otra carrera que no fuese
la eclesiástica, o para perfeccionarse en algún arte u oficio, era preciso
poseer un caudal suficiente para ir a la capital de la nación o a algún país
extranjero para instruirse o perfeccionarse en la ciencia o arte a que uno
quisiera dedicarse. Para los pobres como yo era perdida toda la
esperanza.
Al abrirse el Instituto en el citado año de 1827, el doctor don José
Juan Canseco, uno de los autores de la ley que creó el establecimiento,
pronunció el discurso de apertura, demostrando las ventajas de la
instrucción de la juventud y la facilidad con que ésta podría desde
entonces abrazar la profesión literaria que quisiera elegir. Desde aquel
día muchos estudiantes del Seminario se pasaron al Instituto. Sea por este
ejemplo, sea por curiosidad, sea por la impresión que hizo en mí el
discurso del doctor Canseco, sea por el fastidio que me causaba el estudio
de la teología por lo incomprensible de sus principios, o sea por mi
natural deseo de seguir otra carrera distinta de la eclesiástica, lo cierto es
que ya no cursaba a gusto la cátedra de teología, a que había pasado
después de haber concluido el curso de filosofía. Luego que sufrí el
examen de estatuto me despedí de mi maestro, que lo era el canónigo don
Luis Morales, y me pasé al Instituto a estudiar jurisprudencia en agosto
de 1828.
El director y catedráticos de este nuevo establecimiento eran todos
del partido liberal y tomaban parte, como era natural, en todas las
cuestiones políticas que se suscitaban en el estado. Por esto, y por lo que
es más cierto, porque el clero conoció que aquel nuevo plantel de
educación, donde no se ponían trabas a la inteligencia para descubrir la
verdad, sería en lo sucesivo, como lo ha sido en efecto, la ruina de su
poder basado sobre el error y las preocupaciones, le declaró una guerra
sistemática y cruel, valiéndose de la influencia muy poderosa que
entonces ejercía sobre la autoridad civil, sobre las familias y sobre toda la
sociedad. Llamaban al Instituto "casa de prostitución", y a los
catedráticos y discípulos, "herejes" y "libertinos".
Los padres de familia rehusaban mandar a sus hijos a aquel
establecimiento y los pocos alumnos que concurríamos a las cátedras
éramos mal vistos y excomulgados por la inmensa mayoría ignorante y
fanática de aquella desgraciada sociedad. Muchos de mis compañeros
desertaron, espantados del poderoso enemigo que nos perseguía. Unos
cuantos nomás quedamos sosteniendo aquella casa con nuestra diaria
concurrencia a las cátedras.
En 1829 se anunció una próxima invasión de los españoles por el
Istmo de Tehuantepec, y todos los estudiantes del Instituto ocurrimos a
alistarnos en la milicia cívica, habiéndoseme nombrado teniente de una
de las compañías que se organizaron para defender la independencia
nacional. En 1830 me encargué, en clase de sustituto, de la cátedra de
física con una dotación de 30 pesos con los que tuve para auxiliarme en
mis gastos. En 1831 concluí mi curso de jurisprudencia y pasé a la
práctica al bufete del licenciado don Tiburcio Cañas. En el mismo año fui
nombrado regidor del ayuntamiento de la capital por elección popular y
presidí el acto de física que mi discípulo don Francisco Rincón dedicó al
cuerpo académico del Colegio Seminario.
"Apuntes para mis hijos" Tomo 1, capítulo 1.
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